domingo, 4 de mayo de 2008

Un poco de poesía

Cuando quedó terminado el espacio para juegos infantiles, lucía tal como lo habíamos ideado.

El grupo encargado de las obras, compuesto por carpinteros, albañiles, herreros, pintores y electricistas, todos de reconocida idoneidad en el medio, también se mostraba conforme con la creación de la que disfrutarían los niños de las familias que habitaban el núcleo de viviendas del terrero amplio, y todos los demás, residentes del barrio.

Era un lugar ideal , sombreado por sauces y paraísos, y bien iluminado en las horas nocturnas. Como estaba emplazado en un costado del predio, muy cerca de las moradas, permitía que los niños jugaran sin tener que alejarse de sus hogares, y si no estuvieran acompañados por los mayores ( que allí disponían de bancos y mesas de hormigón para reunirse, compartir momentos libres, leer, o simplemente distraerse con el paisaje) para la tranquilidad necesaria de los suyos, pudieran ser observados y atendidos ante cualquier contratiempo.

Su inauguración sería en las primeras horas de la tarde de un día de setiembre, diáfano como los anteriores, que marcaban el comienzo de la primavera.

A media mañana supe que tenía que pronunciar un discurso. Fiel a mi costumbre de nunca preparar nada escrito ni pensar en ningún tema, seguro de que al enfrentarme al público hablaré lo que pienso en el momento, esta vez no fue diferente.

Cuando quedé frente al micrófono y miré a la gente, que en buen número se había congregado, entre representantes de distintas instituciones educativas, autoridades de la municipalidad, delegaciones de las escuelas primarias de la zona, los vecinos en general y los niños, por un instante pensé en la etapa irrepetible de la vida de toda persona, que es el tiempo de los juegos, los años mágicos del mundo infantil, y no me fue difícil encontrar las palabras que se ajustaran a un momento muy significativo como aquel.

No faltaron las citas de algunos pasajes sobre la infancia, de los sensibles poetas que hemos tenido y tenemos en nuestra América hispana, no como un adorno del discurso, sino como algo imprescindible, tampoco como un pretendido lucimiento personal, sino por respeto profundo por los asistentes y en particular, por los niños.

Al final, cuando fui a reunirme con el público, entre la algarabía de los pequeños, y las sonrisas de los mayores, ya el área liberada para que aquellos dieran rienda suelta a los juegos, unas señoras del barrio me rodaron y luego de saludarnos me dijeron: muchas gracias por habernos regalado un poco de poesía en esta tarde tan especial.

Yo, sonriente, les dije que eran muy amables, y tuve la confirmación de que a la gente le gusta una canción, un aire suave y una sombra amiga, y unos versos que sirvan como un bálsamo para aliviar la vida, cada día.

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