Esa tarea de ir hilvanando letra tras letra, de un texto que va surgiendo, y que no sabíamos que éramos capaces de escribir, y que cuando lo leemos, nos asalta una desconfianza que no quisiéramos sentir, relativa al valor literario que pueda tener lo que hemos creado, en la incapacidad relativa de la que hacemos gala al momento de una autocrítica que hallamos necesaria, y que sin embargo nos resistimos a realizarla; es posible que tal tarea la dejemos librada a los demás, y apresurados para escuchar un comentario a ese respecto, le pidamos a alguien amigo, que nos haga la gentileza de leer para sí el texto- corto o largo- y nos de su impresión. Es seguro que mientras la persona, corre la vista en silencio por lo que nos gustaría de llamar obra, nosotros de igual manera, no dejemos de pensar sobre lo escrito, y tengamos el convencimiento de que cualquiera sea el juicio que escuchemos en instantes, debamos volver sobre ese texto, leerlo y releerlo, agregarle o quitarle algunas partes, pasarlo en limpio, y volver a examinarlo hasta que al final, en un período de tiempo que puede ser de uno o de varios días, semanas quizá, y por que no un mes, o acaso dos, pensemos que por terminado, ya puede ser impreso y guardado junto con otros textos que por ventura, nos decidimos a escribir al influjo de algunas ideas que surgieron en nuestro pensamiento, y que tuvimos la precaución de anotarlas, para evitarnos el olvido, a veces con una caligrafía que de tan menuda o sencillamente descuidada- en la rapidez injustificada de la acción- en lugar de ayudarnos, nos dificulta todavía más la tarea de poder recordarlas.¿ La valoración esperada?. Bien, puede acontecer que el amigo- lector a nuestro ruego- nos diga que le agradó, y eso lo exprese con sinceridad, agregando que por saberse alguien no autorizado para opinar sobre el tema en cuestión, como sería debido, mejor que recurriera a otras gentes, recogiera otros pareceres, pero que nos tiene fe.
Fiados en el instinto que nos empuja- empleando aquí una estrofa del poeta mexicano Díaz Mirón- sin que suponga una valoración propia deliberada, concluimos que no podemos seguir dando mas vueltas al asunto, y lo escribimos en forma definitiva al texto.
Ese texto, como éste que aquí leéis, comienza y termina con letras del mismo tamaño, no tiene enmiendas, ni observaciones, y si así fuera necesario, que no lo es, seguiría con esos mismos caracteres.
Estaba leyendo un contrato de servicio público. Casi al final, comienza lo se conoce corrientemente como “la letra chica”. Un invento truculento, rechazable de plano por cualquier persona ética y moralmente correcta. Por el contrario, debería llamarse “letra grande”, bien clara, absolutamente visible, nítida, y dictarse las normas que sean necesarias para que no aparezcan más, en nombre de lo cristalino y el decoro- Si así no se hace, es porque los valores se cayeron como hojas secas en otoño, y a diferencia de éstas, no viene un viento nuevo que las haga renacer. Entonces no solamente nos desvelamos por la corrección de un texto propio, hay otros textos-que señalan prácticas deliberadamente inconvenientes- que no entran en lo que atañe a la literatura, pero si al idioma con el cual fueron y seguirán siendo escritos, y que nos afectan de una u otra manera, que hace décadas algunos inventaron, y a otros les siguió pareciendo necesarios. Solamente el bien es necesario, lo demás se le contrapone.