viernes, 22 de febrero de 2008

Lo que se escribe y se lee

Esa tarea de ir hilvanando letra tras letra, de un texto que va surgiendo, y que no sabíamos que éramos capaces de escribir, y que cuando lo leemos, nos asalta una desconfianza que no quisiéramos sentir, relativa al valor literario que pueda tener lo que hemos creado, en la incapacidad relativa de la que hacemos gala al momento de una autocrítica que hallamos necesaria, y que sin embargo nos resistimos a realizarla; es posible que tal tarea la dejemos librada a los demás, y apresurados para escuchar un comentario a ese respecto, le pidamos a alguien amigo, que nos haga la gentileza de leer para sí el texto- corto o largo- y nos de su impresión. Es seguro que mientras la persona, corre la vista en silencio por lo que nos gustaría de llamar obra, nosotros de igual manera, no dejemos de pensar sobre lo escrito, y tengamos el convencimiento de que cualquiera sea el juicio que escuchemos en instantes, debamos volver sobre ese texto, leerlo y releerlo, agregarle o quitarle algunas partes, pasarlo en limpio, y volver a examinarlo hasta que al final, en un período de tiempo que puede ser de uno o de varios días, semanas quizá, y por que no un mes, o acaso dos, pensemos que por terminado, ya puede ser impreso y guardado junto con otros textos que por ventura, nos decidimos a escribir al influjo de algunas ideas que surgieron en nuestro pensamiento, y que tuvimos la precaución de anotarlas, para evitarnos el olvido, a veces con una caligrafía que de tan menuda o sencillamente descuidada- en la rapidez injustificada de la acción- en lugar de ayudarnos, nos dificulta todavía más la tarea de poder recordarlas.¿ La valoración esperada?. Bien, puede acontecer que el amigo- lector a nuestro ruego- nos diga que le agradó, y eso lo exprese con sinceridad, agregando que por saberse alguien no autorizado para opinar sobre el tema en cuestión, como sería debido, mejor que recurriera a otras gentes, recogiera otros pareceres, pero que nos tiene fe.

Fiados en el instinto que nos empuja- empleando aquí una estrofa del poeta mexicano Díaz Mirón- sin que suponga una valoración propia deliberada, concluimos que no podemos seguir dando mas vueltas al asunto, y lo escribimos en forma definitiva al texto.

Ese texto, como éste que aquí leéis, comienza y termina con letras del mismo tamaño, no tiene enmiendas, ni observaciones, y si así fuera necesario, que no lo es, seguiría con esos mismos caracteres.

Estaba leyendo un contrato de servicio público. Casi al final, comienza lo se conoce corrientemente como “la letra chica”. Un invento truculento, rechazable de plano por cualquier persona ética y moralmente correcta. Por el contrario, debería llamarse “letra grande”, bien clara, absolutamente visible, nítida, y dictarse las normas que sean necesarias para que no aparezcan más, en nombre de lo cristalino y el decoro- Si así no se hace, es porque los valores se cayeron como hojas secas en otoño, y a diferencia de éstas, no viene un viento nuevo que las haga renacer. Entonces no solamente nos desvelamos por la corrección de un texto propio, hay otros textos-que señalan prácticas deliberadamente inconvenientes- que no entran en lo que atañe a la literatura, pero si al idioma con el cual fueron y seguirán siendo escritos, y que nos afectan de una u otra manera, que hace décadas algunos inventaron, y a otros les siguió pareciendo necesarios. Solamente el bien es necesario, lo demás se le contrapone.

lunes, 18 de febrero de 2008

Cuando hallamos el libro casualmente

Los escritores, si no estamos dedicados al proceso creativo en algún momento de cada jornada, es seguro que tendremos un libro abierto en nuestras manos, que quizá lo hemos leído y releído, pero quién sabe por qué motivos, nos parece que hallamos siempre algo nuevo en él, que aprendemos un poco más en sus paginas: "mis muy amados libros..." decía A. Machado, y es verdad.
Una tarea difícil pero fascinante, es la de conseguir un ejemplar de un libro que nos interesa tenerlo y leer, y no lo hallamos. Aquí hay una diferencia marcada, en lo que respecta a tener la publicación, saber que está con nosotros, que la hemos ubicado con cuidado en el estante de la biblioteca para leerlo cuando podamos, y el acto en sí de su lectura, que es otra cosa.Puede pasar un tiempo antes de que resolvamos darle una mirada superficial, de entrar de lleno a la lectura porque preferimos hacerlo en un momento especial, o por el contrario, lo abrimos y lo leemos como se debe.
Lo malo es cuando se estrecha el camino que podría llevarnos a encontrarlo. Cuando nos dicen que no lo conocen, que estuvo un tiempo pero que la editorial no volvió a reeditarlo, y cuando sentencian que será muy difícil hallarlo por el tiempo transcurrido y los pocos ejemplares que se pusieron en plaza. Nos invade la desazón, pero a la vez eso nos impulsa a no bajar los brazos, a continuar con la insistencia de un hallazgo fantástico, y eso se convierte en acicate para que seamos más insistentes y no abandonemos la búsqueda.
Me ocurrió con un libro de Augusto
Monterroso. Recorriendo la feria del libro en Montevideo, los distintos espacios de las editoriales, y consultando de vez en cuando un apunte que no me dejara apartarme de hallar las publicaciones que me interesaban, me detuve ante un libro del escritor, una colección de sus relatos que se ofrecía en una obra de portada llamativa. Lo observé un momento, no se porqué no me acerqué y lo examiné más detenidamente, lo ciento es que seguí adelante y aquel instante se me olvidó. Pasados unos años, no muchos, supe que aquel libro me interesaba , y comencé el proceso que es cuesta arriba, de encontrar un ejemplar del mismo, y por más que busqué en todo Montevideo, no lo hallé siquiera en la venta de usados. Si por ventura aparece un ejemplar usado y en buen estado, lo reservaremos para usted, me decían hasta con un aire de poca esperanza, los buenos libreros amigos y aquellos a los que iba en esa cruzada conociendo.
Pero todo fue en vano, el momento de comprar el libro fue aquel en la feria, y estuvo ante mis ojos, nuevo y a mi alcance, solo bastaba decirle a quién vendía, mi interés por comprarlo. La persona apartaría un ejemplar, le adicionaría un marcador de páginas, lo pondría en un
saquito de nailon con letras coloridas, haría la factura, yo lo pagaría y saldría con el, sencillamente. Mi distracción evitó ese proceso simple, pero que luego no pude hacerlo, ya era tarde.
Como aquí no vale lamentar lo pasado, me acordé de un familiar que está en Europa. Ya lo había ubicado al libro en una librería lejana, y solo me restó esperar la llegada del correo- Dos meses después, me parecía irreal tener al libro ante mis ojos, verlo de la misma forma que estaba en venta en la feria, y eso me sirvió de experiencia. Ahora, cuando voy a algún evento donde los libros se exhiben y están a la venta, no mido el tiempo para recorrer con calma y mucha atención las distintas publicaciones, para evitarme todo el proceso de salir a una procura que a veces vence toda nuestra energía puesta en el afán de recomponer alguna cosa.
Quienes hemos pasado por este proceso, y aún no siendo un libro el objeto de nuestra búsqueda, sino un calzado, una vestimenta, etc...comprenden lo que les he escrito ahora, como siempre, de manera espontánea, sin previos apuntes ni ideas preconcebidas, porque así la escritura me parece más auténtica, en estos casos, menos calculada, las ideas surgen en la pantalla tal como en nuestro intelecto, y eso vale, si es que algo vale.
La enseñanza extraída, a la vez, es que pese a todos las vallas que vamos encontrando en la senda que seguimos en alguna procura bien intencionada, no debemos desalentarnos, por aquello dicho por el mismo A. Machado, de que se hace camino
únicamente al andar.






jueves, 14 de febrero de 2008

Impresiones de un lector

El escritor José Saramago había estado en una de las ediciones de la feria del libro en Montevideo, donde acostumbro a ir, recorrer los puestos de las distintas editoriales, y porqué nó, adquirir libros de literatura, asistir a las presentaciones de las nuevas obras, conocer a los escritores, en fin, todo lo que un lector habitualmente hace en esos eventos.

Un dia que resolví faltar, estuvo el laureado escritor portugués.Meses después, recibió el premio Nobel. Creí que no iba a tener la oportunidad de asistir a una conferencia suya.

Sin embargo, en mayo de 2003, regresó a la capital uruguaya, y yo me encontraba por el norte del país. Su conferencia comenzaba a las siete y media de la tarde en la Universidad. Viajé ocho horas en un autobús desde el mediodía con un ejemplar del libro que lanzaba:"El hombre duplicado" por todo equipaje. Cuando llegué a la estación, reservé mi pasaje de regreso para las diez de esa noche. Ascendí a un taxi para llegar más rápido al evento. El paraninfo estaba atestado de público; como pude, me acomodé en la entrada, mal podía ver al escritor, solamente lo oía por los equipos de sonido. Al término de su inolvidable disertación, un escritor uruguayo que lo acompañaba anunció que el ilustre visitante se retiraba y no habría sección de autógrafos. La mayoría de los asistentes portaban en sus manos algún y hasta algunos libros de Saramago con el fin de tener un contacto con él y conseguir su firma. No me desanimé. Había viajado mucho para llegar hasta allí y regresaría en menos de media hora para recorrer otra vez ese extenso camino, así que igualmente me fui acercando junto con otras personas, porque el grueso de la gente ya se estaba retirando al igual que el escritor, éste por una puerta exclusiva, y debía darme prisa sin comprometer el decoro. Unas personas que se acercaron hasta él, seguramente eran quienes se hallaban más cercanas en el momento del final, lo convencieron para que regresara, señalándole los libros que llevaban. El flamante premio Nobel accedió a los pedidos, se sentó ante una mesa larga y comenzó a firmar en silencio, el rostro serio sin otra expresividad. A mi turno, firmó sin mirarme y con ambas manos retiró de su frente el libro cuando ya le habían puesto otro delante. No tuve oportunidad de hablarle; miré el reloj y me faltaba poco tiempo para volver a la estación y tomar el autobús de regreso. Llegué a la casa al amanecer, con la satisfacción de haber logrado el objetivo. Cada cual tiene su estilo, y en su vida quién sabe la cantidad de veces que un escritor debe cumplir con el deseo de sus lectores y dedicarse un tiempo a los autógrafos. Fue una experiencia interesante, un momento de pragmatismo como me dijo un amigo al cual le conté lo que estoy ahora escribiendo. Cuando me toque autografiar, dedicaré un tiempo aunque breve a todo aquel que se me acerque, seguro que sonreiré y le agradeceré su fina delicadeza de ser un lector de mi obra. Hasta les pediré alguna impresión, les daré la mano y a cada uno, siempre y sinceramente, les estaré agradecido.

Mi contacto con el gran escritor chileno José Donoso fue diferente, una noche en que presentaba su obra: "Donde van a morir los elefantes", y otros buenos momentos de literatura pasados con otras personalidades de las letras , aunque esto lo abordaré en entregas posteriores, porque tenemos tiempo, el blog recién comienza a ser desarrollado.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Los poetas y la tierra

Hago un tiempo, por auténtica necesidad de lector que acostumbra a releer las obras que ama de nuestra lengua castellana, y en forma espontánea elijo en mi biblioteca los libros de poesía, un género literario que se mantendrá vigente por siempre, por más que algunas voces agoreras llegaran a decir que el hombre actual no tiene tiempo y tampoco mucho interés en su lectura. De las obras de los buenos poetas he aprendido mucho, y es por eso que en forma improvisada, estampo aquí algunos fragmentos de poesías que mencionan a la tierra, así como ya lo he hecho en relación al agua. He aquí lo que recuerdo al respecto:

-José Martí, el preclaro escritor y poeta, en sus Versos Sencillos escribió: "Estimo a quien de un revés, hecha por tierra a un tirano..."
o lo siguiente: "Con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte hechar..."
"Oigo un suspiro, a traves, de las tierra y la mar..."
"Yo se que el necio se entierra, con gran lujo y con gran llanto, y que no hay fruto en la tierra..."
"Yo he visto el oro hecho tierra..." entre otras estrofas que aluden al tema del título.
Antonio Machado, el poeta sevillano, también nos deleita con su poema genial :"La tierra de Alvargonzález" escrito para probar que podía escribir a la manera de los poetas más antiguos, pero imprescindibles en el momento procurar cualquier antología. Nos dice el gran poeta:"Feliz vivió Alvargonzález, en el amor de su tierra..."
"Un buhonero, que cruzaba aquellas tierras errante..."
"La tierra de Alvaragonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra..."
"Y en todas partes he visto, gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra..."
"Son las tierras, soleadas, anchas lomas..." y podría seguir citando con gusto algunos otros pasajes de la obra del poeta, pero quedaré por aquí.
Rafael Alberti, el extraordinario poeta de Puerto de Santa María-Cadiz, escribió entre sus tantas obras, "Marinero en tierra", recordemos algunos pasajes:
"Gimiendo por ver el mar, un marinerito en tierra..."
"-?Adonde vas marinero, por las callles de la tierra..."
"Si mi voz muriera en tierra, llevadme al nivel del mar..."
En !Homenaje a don Luis de Góngora y Argote " escribió:"Luchando, prisionero en la nocturna cárcel de la umbría, que, fijo el pie en la tierra..."
De su obra:"Entre el clavel y la espada" recordamos :"Dura es la tierra y, obstinadamente, dura la piel del tiempo que pisamos...!
De su obra:"Pleamar" nos acordamos: "Te vas, dejando playa, tierra que te ha tenido---"
Los poetas también nos deleitan con sus versos que dicen de otros elementos, el aire, el fuego, en fin , excelentes temas para recordar y saber como andamos de memoria. Estimo que pòr ahora está excelente.